Cuando vaya a visitar a la familia en la sabana me van a comer hasta las
marmotas. Es fácil culpar a René, de haber perdido mi forma y mi fondo de gacela.
Ahora soy como una gacela esperando quintillizos con la cornamenta y todo. En
realidad, el único deporte que practicamos con regularidad es el sexo. Pero,
incluso ahí, tenemos interrupciones cuando en los momentos de ardiente pasión se
dispara el aviso del móvil: Disculpe no
le he entendido. Puede repetir... y claro, la risa te hace perder toda la
concentración en el asunto.
René afirma que antes de conocerme también hacía mucho deporte. Alguna vez
en casa le he visto hacer sesiones espartanas de cosas con nombre inglés y
saltos y bailes, de esas que si te pones un sombrero de plumas en la cabeza,
acaba lloviendo. Pero sus sesiones darían para un chirimiri porque duran lo que
tardo en comerme una bolsa de palitos de pan con pipas. Lo bueno es que, al
acabar, se come 3 hamburguesas, una bolsa de Ruffles y un helado. Lo ganado por
lo perdido.
Hace poco apunté a René a un curso de surf, más que nada para que perdiera
el miedo al agua y le acabara cogiendo el gusto al asunto. En más de una
ocasión he tenido que ir solo porque eso de levantarse a una hora que solo
tenga un dígito lo lleva muy mal. En la última de estas clases, el monitor nos
dice:
- Venga, chicos, vamos a calentar.
La última vez hizo la clase con nosotros un niño de 7 años y para calentar
sólo tuvimos que correr hasta una papelera que estaba a 20 metros.
- ¿Hasta la papelera, no?
- No, hombre. Hasta allá.
Un allá que me hacía intuir que los que vivían por aquella zona debían
hablar mauritano o mauritanés o maurialgo. Un allá a los que ningún ser humano
había llegado jamás. Un allá al que el Enterprise no había llegado todavía.
Yo no he calentado nunca para entrar al agua. Me pueden los nervios y las
ganas de entrar. No entendía que fuera a ser más duro el calentamiento que el
deporte que iba a hacer. Así que acabé haciendo el recorrido andando, parándome
a hacer fotos y a comprar un helado. Corrí los 2 últimos metros, allí estaban los dos Leónidas haciendo más
calentamiento. Llegué, me tumbé y admití:
- Yo creo que sólo voy a venir a las clases si coincidimos con niños de 7
años.
Sube la música lirolililoliiiwedon’tneedanotherheroooo.
Aparecen unos cervatillos Disney con cinta elástica en la cabeza y fundido en
negro.